En los niños, la autoestima es el conjunto de valoraciones y pensamientos que ellos tienen de sí mismos. Con cuentos de autoestima para niños se puede conseguir un mayor positivismo en esas creencias. El objetivo es lograr que los niños se valoren más a sí mismos y sepan lo importantes que son.
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Algunos chicos tienen un concepto elevado de sí mismos. Se consideran a sí mismos valiosos y capaces. Otros, en cambio, se sienten “poca cosa”, inseguros e inferiores a los demás. Los primeros tienen una alta autoestima: viven relajados y felices. Se sienten capaces de enfrentar los retos de la vida. Se consideran merecedores de la felicidad y del éxito. Los segundos, todo lo contrario.
La pre adolescencia es el momento clave para comenzar a tratar la autoestima. Los chicos comienzan a juzgarse a sí mismos a partir de la imagen que otros chicos tienen de ellos. Es crucial que, en los años previos a la adolescencia, se refuerce la autoestima de los niños para ayudarlos a transitar esa difícil etapa de su evolución como personas. Los cuentos de autoestima para niños son de gran ayuda para que los niños refuercen su imagen de sí mismos. Para que reconozcan lo importantes que son.
El siguiente cuento de autoestima para niños está basado en la fábula “¿Cómo crecer?”, de Jorge Bucay. En ella, las plantas, personificadas, nos dan una lección de cómo apreciar lo que hay de especial en cada uno de nosotros.
Un jardinero fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores estaban tristes. El roble dijo que estaba triste porque no podía ser tan alto como el pino. Volviéndose al pino, lo halló triste porque no podía dar uvas, como la vid. Pero también la vid se hallaba triste, por que no podía florecer como la rosa. A su vez, la rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el roble.
En medio de tantas plantas tristes, encontró una una fresia, floreciendo rozagante y más fresca que nunca.
-¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín tan triste y sombrío? -le preguntó el jardinero.
-No lo sé -respondió la fresia-. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un roble o una rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: “Intentaré ser fresia de la mejor manera que pueda”.
Las demás plantas escucharon a la fresia y analizaron los motivos de su tristeza. Comprendieron entonces que cada una debía simplemente ser aquello para lo que el jardinero la había plantado. Entonces reverdecieron y se volvieron tan rozagantes y felices como la fresia.
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